Cuando pienso en mí, no veo a esa persona ordenada que los demás describen. Lo que siento es una presión constante, como si todo dependiera de mí y aun así nunca fuera suficiente. Me esfuerzo por tener mis tiempos claros, mis pendientes alineados, mis días estructurados, pero la verdad es que casi siempre estoy peleando conmigo misma para mantener el ritmo. Es un cansancio que no se nota, pero ahí está, todos los días. A veces siento que vivo más en mi cabeza que en lo que ocurre afuera. Me digo que tengo que hacerlo bien, que no puedo fallar, que tengo que llegar a tiempo, que no puedo aflojar. Es una voz que no se calla. Me marca el paso, me corrige, me aprieta. Y aunque parezca que tengo todo controlado, por dentro voy corriendo, tratando de no quedarme atrás de mí misma. Sé que hago muchas cosas. Trabajo, talleres, cursos, proyectos. Y desde afuera puede parecer que lo disfruto sin más, que es parte de mi personalidad. Pero en realidad hay días en los que no sé si lo hago porque quiero aprender o porque no sé cómo detenerme. Me mantengo ocupada para no sentir que me estoy quedando corta, que no estoy a la altura de lo que se espera de mí, o de lo que yo espero de mí. Y aunque siempre intento proyectar calma y claridad, por dentro no se siente así. Por dentro, siento una mezcla de apuro y exigencia que no termina. Una sensación de tener que demostrar algo que ni siquiera sé si alguien me pidió.

Sofía Álvarez