Creo que la gente me ve como alguien relajado. El que siempre llega sonriendo, el que hace un comentario que afloja el ambiente, el que parece llevar la vida con un ritmo más ligero que los demás. Mis amigos suelen decir que tengo buena vibra, que soy creativo, que siempre traigo algo nuevo entre manos. A veces escucho que me describen como “el que fluye”, como si yo fuera esa persona que no se complica demasiado. En el trabajo freelance también pasa algo parecido. Los clientes me buscan porque dicen que tengo ideas frescas, que soy bueno improvisando, que doy soluciones rápidas. Para ellos soy ese diseñador que llega con propuestas inesperadas, que capta lo que quieren sin tantas vueltas. Algunos hasta comentan que envidian mi libertad, esa manera en la que puedo moverme de proyecto en proyecto sin quedarme atorado en una sola cosa. Mis conocidos me tratan como si yo fuera alguien que vive sin prisa, que disfruta lo que hace y que siempre encuentra un camino creativo para resolver las cosas. Y, de alguna manera, esa es la imagen que se queda rodando cuando mencionan mi nombre: alguien espontáneo, accesible, con ideas que brincan de un lado a otro… y con una facilidad natural para hacer reír o aliviar la tensión del momento.

Daniel Ortega